Populacha, el bar escondido de Parque Avellaneda

Populacha es un bar oculto debajo de “El Bodegón de Olivera”, fundado en 1943 por dos españoles en el barrio Parque Avellaneda.

Con décadas en el rubro, hace pocos años tuvo un cambio de firma y remodelación importante, que no sólo modificó el interior, sino que transformó al viejo sótano en desuso en un bar escondido.

La esquina de la Avenida Olivera 901, en el barrio Parque Avellaneda, fue testigo de la evolución del lugar: Desde el Café “El Sol” y el almacén de Jacinto y Barbeito, hasta la época de “El Tano”.

La restauración y reconstrucción realizada por Cristian Díaz Gattuso devolvió al lugar su esencia original, convirtiéndolo en un bodegón y almacén barrial.

La inauguración del “Populacha Bar” en el sótano, un bar oculto con temática porteña que recrea la época de oro del tango argentino, completa la experiencia.

Populacha, el bar escondido de Parque Avellaneda, está ubicado en el sótano del bodegón, que estaba anulado, lleno de telas de araña y objetos olvidados en el tiempo.

“Se me ocurrió la idea de armar un bar temático que esté ambientado en los años 50, la época de oro del tango”, rememora Cristian.

“El marido de una vecina llamada Betty era aficionado al tango y había coleccionado artículos y un montón de objetos por más de 40 años”, completó.

Así, el bar cuenta con una colección de libros de tango antiguos, una colección de fotos de Ignacio Corsini, partituras de piano de más de 90 años, fotos antiguas de Buenos Aires y un bandoneón regalo de un amigo cuyo padre había sido presentador de tango y asegura que fue tocado por Aníbal Troilo.

“No sabía cómo bautizar al espacio y un día, mirando la partitura original, vi el nombre Populacha, que es un tango de los años 30”, relata Cristian.

“Me pareció ese maridaje perfecto entre la mujer y el tango”, prosigue el dueño del bar, cuyo techo muestra ilustraciones de la cara de Tita Merello gigante.

También aparecen Isabel “la Coca” Sarli, Eva Perón en su etapa de actriz y Moria Casán “de jovencita”.

“Me parecieron cuatro mujeres que hablan como de diferentes contextos sociales siempre como alzando la bandera de la mujer en diferentes momentos”, añade.

Una cava para 600 botellas, luces bajas, una barra antigua, sillas de madera y sillones con su respectivas mesitas ratonas, completan la ambientación.

La carta de coctelería, con cócteles clásicos de ayer y hoy, la diseño el bartender Fede Cuco; y, por el momento solo se puede consumir bebidas a modo de previa o post cena en el salón.

El bartender Santiago Arenas, que comenzó su carrera en Sucre y pasó por bares clásicos como Franks y Dadá Bistró, entre otros, rearmó la carta del bar con tragos clásicos y de autor con la intención de “enamorar a la gente del barrio y luego al mundo”.

La carta está al mando del chef Leonardo Díaz y se divide en cinco secciones: entradas, pastas, cazuelas, milanesas y parrilla.

Para comenzar se lucen las empanadas porteñas fritas de mondongo, carne a cuchillo, verdura y mozzarella o de pollo y los bocadillos de acelga con alioli, todas maridadas con vermú.

Las pastas artesanales (ravioles de calabaza o verdura, sorrentinos de vacío braseado los ñoquis o tallarines al huevo cortados a cuchillo) son servidas en una canasta de pan comestible.

En cazuelas de barro se sirven mollejas al verdeo; pastel de papas, berenjenas a la parmesana, risotto de remolacha, goulash.

Y la estrella del local: el pastel de entraña, con puré de calabaza asada con relleno de centro de entraña desmechado al vino tinto, con tomates confitados y yema de huevo rebozado frito.

Las milanesas vienen con una montaña de papas fritas (bien gruesas y potentes) con doble cocción.

De la parrilla al carbón (con un toquecito de madera) se destaca la parrillada para compartir servida en antiguos braseros del abuelo del propietario.

La clásica trae ocho costillas de asado, pollo, chorizo, morcilla, chinchulines, riñones y carne de cerdo; acompañado por papas fritas o ensalada (comen de dos a cuatro personas).

Y la parrillada Olivera suma vacío y mollejas

La hora dulce llega con tiramisú de la abuela, flan casero y panqueques flambeados de dulce de leche entre otras opciones.

Olivera, el bodegón abre de miércoles a domingo, de 12 del mediodía hasta la una de la mañana; y Populacha abre sus puertas de 19 a una, y los sábados el cierre se puede extender.

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